Al llegar la librería estaba abarrotada de niños. Los libros en la mano, leyendo de píe, sentados en las escaleras y por el suelo. Los padres emocionados, recordando las historias que les contaban de niños. Es extraño ver a tantos alrrededor de los libros. Y de repente, como en los cuentos, el entorno se transformó como por arte de magia.
La cuentacuentos, que antes era una de las dependientas de amplia sonrisa de la librería, se acerco a la sala que antes estaba vacia. Convirtío en trono magico, un pequeño sofá rojo, que habitaba una de las esquinas de la habitación; y todo se transformó durante una hora. Nos sentamos todos, padres e hijos, alrrededor de la cuentacuentos y soñamos.
Los primeros cuentos eran historias contadas a medias con los propios niños que la rodeaban. Después dejó que la fantasía de la palabra nos envolviese y nos llevase de la mano a ese rincón infantil que todos llevamos dentro. Los ojos de los niños estaban ávidos de sumergirse más todavia en los cuentos, se les agolpaban mil preguntas en los labios, que se resolvian poco a poco en el devenir de la historia.
Nos despertamos ensoñados, recordando partes de los cuentos que los pequeños insistian en comentar una y otra vez. Como padres responsables, escogimos algún cuento de la estanterias de la librería. Pagamos con dinero y nos devolvieron sonrisas y sueños.
Y esa noche dormimos todos como nuestros hijos... Yo soñe con el Caparucita y el lobo.
Gracias kalandraka, por el tiempo para soñar.
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